Las grandes farmacéuticas piensan en pequeño

Cuando anunciaron, el 23 de noviembre, la propuesta fusión de Pfizer y Allergan para crear la empresa farmacéutica más grande del mundo, los jefes de las dos compañías insistieron en que la escala es necesaria para seguir inventando tratamientos exitosos.

Como expresó Ian Read, de Pfizer, la fusión creará “una compañía farmacéutica mundial importante con la fuerza para investigar, descubrir y distribuir más medicamentos y terapias a más personas alrededor del mundo”.

Una explicación más convincente para el acuerdo es que, al cambiar el domicilio fiscal de Pfizer de Estados Unidos a Irlanda, donde está domiciliado Allergan, la tasa impositiva del grupo combinado caerá de alrededor de 25% a entre 17% y 18%. Incluso dejando eso de lado, sin embargo, la sugerencia común de que el tamaño es necesario para crear un centro neurálgico impulsado por la investigación no cuadra.

La cifra de $2,600 millones citada por Phrma, el grupo cabildero de las farmacéuticas en Estados Unidos, como el costo de desarrollar un nuevo medicamento, es cuestionable. En cualquier caso, la industria se está alejando de un modelo en el cual las corporaciones gigantescas invierten enormes sumas en investigación interna en una búsqueda de tratamientos nuevos innovadores.

Empecemos con esa cifra de $2,600 millones. Hace dos años, cuando la cifra de que se hablaba era de solo $1 mil millones, incluso el jefe de GSK, uno de los mayores rivales de Pfizer, la describió como un mito. Médicos sin Fronteras, una organización de caridad, afirma que los nuevos medicamentos pueden desarrollarse por solo $50 millones y no más de $190 millones, incluso tomando en cuenta el costo de los que fracasan durante los ensayos clínicos.

Algunas de las suposiciones usadas para llegar a la cifra de $2,600 millones son fáciles de desacreditar. Un ejemplo es la estimación exagerada para el costo de capital de las compañías farmacéuticas. Sin embargo, al menos igual de importante es que la cifra se basa en datos de entre 1995 y 2007. Dice más sobre los fracasos e ineficiencias de los laboratorios internos de los gigantes farmacéuticos en ese entonces que sobre cuánto debería costar llevar un tratamiento nuevo al mercado en la actualidad.

Eso importa porque la industria ha estado avanzando hacia un nuevo modelo. El elemento principal es que, en vez de gastar fuertemente en muchas áreas diferentes de investigación de punta, las compañías más grandes están comprando cada vez más medicamentos que ya están en curso de desarrollo.

En algunos casos lo hacen comprando a otras compañías establecidas. Por ejemplo, Pfizer adquirió Lipitor, su exitosa píldora para reducir el colesterol, como parte de su adquisición de Warner-Lambert. Asimismo, cuando Gilead compró Pharmasset, uno de los activos que adquirió fue Sovaldi, un tratamiento para la hepatitis C que ahora es uno de los productos de mayor venta de Gilead.

OTRAS ÁREAS DE NEGOCIO
Cada vez, los gigantes farmacéuticos están comprando firmas de biotecnología más jóvenes que se centran en un enfoque de un solo tratamiento, como la compra que hizo Merck el año pasado de Idenix, que está siguiendo una ruta diferente para inhibir el virus de la hepatitis C que la de Sovaldi.

Ya sea que la compañía blanco, sea grande o pequeña, comprar medicamentos potenciales prometedores es una buena estrategia. Un estudio realizado por Bain, una firma consultora, concluyó que, en los últimos 20 años, aquellas farmacéuticas que estaban obteniendo buenos resultados en varias áreas terapéuticas estaban registrando más de 70% de sus ventas gracias a productos desarrollados en otra parte.

A medida que las empresas más grandes han subcontratado cada vez más las primeras etapas del descubrimiento de medicamentos, han reducido su gasto en investigación interna en las áreas en que son débiles. Han seguido gastando fuertemente, sin embargo, en tratamientos que son más productos de belleza que curas que salvan vidas, como las inyecciones antiarrugas de Botox de Allergan o Latisse, su loción para engrosar las pestañas. También han seguido invirtiendo en hacer cambios graduales en sus medicamentos existentes, para poder afirmar tener alguna ventaja pequeña –y algún gran diferencial de precio– sobre tratamientos rivales.

En general, el nuevo enfoque parece estar ayudando a mejorar la eficiencia de la industria. Tim Gamble, un consultor de Datamonitor Healthcare, dijo que los medicamentos en desarrollo no están fracasando en la tasa que lo hacían. El año pasado, un número récord de nuevos medicamentos obtuvo la aprobación.

La creciente eficiencia también podría ser resultado de la forma en que el estudio del genoma humano está conduciendo a una comprensión más profunda de las enfermedades. James Bianco de CTI Biopharma, una pequeña farmacéutica, argumenta que la revolución genómica está haciendo más rápido y menos riesgoso desarrollar un nuevo enfoque de tratamiento, reduciendo así el costo de la investigación básica, ya sea en empresas emergentes o en gigantes farmacéuticos globales.

Aunque todo esto suene prometedor, hay pocos signos de que algo de esto se traduzca en medicamentos más baratos. Los accionistas de una empresa farmacéutica esperan que cobre tanto como pueda; y, como muchos medicamentos, en tanto esté en vigor su patente, no tienen competidores cercanos, los sistemas de salud y las aseguradoras a las cuales les venden quizá tengan poca opción salvo pagar cualquier precio que se les pida.

En ocasiones, el nuevo propietario de un medicamento gana más con él que el antiguo propietario, simplemente por ser más demandante en el precio. Pharmasset había estado pensando vender Sovaldi en entre $36 mil y $72 mil por tratamiento. Gilead, tras hacerse del control de Pharmasset, puso el medicamento en el mercado en $84 mil.

Algunas compañías farmacéuticas también están comprando fabricantes de tratamientos sin patente y largo tiempo establecidos, dándose cuenta de que incluso estos pudieran soportar precios más altos si ninguna otra empresa ofrece una copia genérica del mismo. Turing Pharmaceuticals y Valeant se han vuelto famosos por comprar los derechos de algunos de esos medicamentos y luego subir sus precios.

Asegurarse de que los beneficios de una mayor eficiencia en la investigación sean transferidos totalmente a los gobiernos y a las aseguradoras de salud requeriría cambios drásticos, como, digamos, abolir el sistema de patentes y encontrar alguna otra forma de incentivar la investigación básica. Entre las ideas más imaginativas en este terreno, el movimiento farmacéutico de fuente abierta está experimentando con usar premios como incentivo para los equipos de científicos voluntarios que trabajen en nuevos enfoques de tratamiento. Una vez inventados y probados, los medicamentos serían gratuitos para que cualquier empresa los produzca.

De manera realista, sin embargo, las posibilidades de que los nuevos enfoques en la investigación reduzcan drásticamente el costo de los medicamentos parecen escasas. Eso deja enfoques más administrativos.

Pudiera ser más fácil importar copias baratas de medicamentos sin patente hechos en otros países. Los compradores de medicinas pudieran compartir más información sobre los diferentes precios que les están cobrando por las mismas píldoras. Podrían ser más firmes en rechazar pagar extra por nuevos tratamientos que ofrezcan mejoras marginales. Pudiera permitirse a Medicare, el sistema de salud de Estados Unidos para los ancianos, intentar negociar con los fabricantes de medicamentos, algo que tiene prohibido hacer ahora.

Si los productores se están volviendo más eficientes, los compradores deberían responder.

>>>Pudiera ser más fácil importar copias baratas de medicamentos sin patente hechos en otros países.

Fuente: s21.com.gt