Kiev: parte de guerra

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La guerra en el este de Ucrania no le ha restado esplendor y pulso cosmopolita a Kiev. Desde aquí el mortal rugir de las ametralladoras o misiles parecieran encontrarse en otro lugar del planeta. La zona cero donde se disparó el conflicto, el Maidán, ahora es polo de atracción turística. Apuntes de un viaje en bus hasta la capital de Ucrania

 

1.

La ciudad de Kiev vive la guerra como si esta estuviera ubicada más allá del mapa de su país.

La fluida vida nocturna de bares, restaurantes y cafés pretenden atemperar el impacto de lo que realmente sucede: un conflicto en el este que el gobierno ucraniano parece no controlar.

No lejos de los lugares emblemáticos del ocio capitalino está la Estación Central de Trenes de Kiev. Por sus andenes van y vienen soldados del frente. Se muestran, más que cansados, contentos de regresar. Los chicos que parten son enviados al lugar del combate como gesto político apenas; no están en posición de ganar esa guerra: el músculo militar en esta zona del mundo la tienen sus poderosos vecinos del este.

Luego de la independencia de la URSS el país apenas posee dinero para comprar armamento. Los préstamos internacionales se usan, en parte, en alimentar la feroz corrupción que aqueja el nuevo gobierno ucraniano. Las arcas del estado hace tiempo que están en la quiebra. Así, la seguridad de los soldados desde el principio se encuentra comprometida. Para enfrentar a una guerrilla apoyada por la maquinaria militar rusa se necesita más que de gestos políticos. En resumen: los jóvenes de estos vagones que se dirigen a la frontera oriental serán expuestos en vano en la línea del frente. Los padres despiden a sus hijos hacia una contienda cuyos actores decisivos están en otras capitales del mundo, no en Kiev.

 

2.

En paralelo a los vagones que parten para el campo de batalla, se encuentra el andén del tren que sale diariamente para Moscú. La hora de salida marca las 20.30 horas. Arribará a la capital rusa en horas de la mañana del día siguiente.

Sería lógico imaginar que, debido al enfrentamiento entre ucranianos y rusos, esta sala de espera se encontrase vacía. Pero la sala está llena. Familias enteras van y vienen a ver a sus parientes en ambos países. Primer indicio de que el parte de guerra se está narrando de acuerdo a las versiones, gustos o conveniencias de los interesados. Los actores en pugna ofrecen propaganda por liebre que luego los medios difunden. Hay muchas variables, muchas zonas ocultas en los relatos oficiales. La confusión inicial da paso a esta certeza: rusos y ucranianos asemejan más a una familia con desacuerdos puntuales que a dos tribus guerreras con problemas de territorio.

Ciertamente existen asuntos hereditarios, no bien zanjados en su momento, luego del inevitable divorcio geopolítico con la caída de la URSS. Y Crimea es uno de ellos. Los problemas de las zonas rusófonas del este son –a diferencia de Crimea– políticamente motivados por los nacionalismos de ambos lados de la frontera. Se deduce, pues ya antes de la URSS rusos y ucranianos vivían en paz en la zona. Que en la ciudad de Kiev más de la mitad de sus habitantes encuentre en el ruso su único idioma y que quienes hablan ucraniano en exclusiva son, estadísticamente, bastante menos, debería dar una idea aproximada de lo enrevesado que resulta entender la situación.

A excepción de los políticos gubernamentales, algunos periódicos ideológicamente cercanos al nacionalismo extremo y los vendedores de souvenirs (papel toilette para turistas con la cara de Vladimir Putin) en la plaza del Maidán, la retórica antirrusa no es algo que se observe en las calles de Kiev. Difícil encontrar un grafitti poniendo al vecino del este como el enemigo a batir. De otro modo, resultaría difícil explicar por qué cada día el tren Moscú – Kiev, Kiev – Moscú sale o llega sin asientos vacíos.

 

3.

La bonita ciudad de Kiev es tan europea como Madrid, San Petersburgo o Paris. A pesar de la guerra, persiste en mantener su pulso de ciudad cosmopolita y vibrante. De gente atenta, esmerada en ayudar a extranjeros perdidos que no entienden el cirílico de sus calles o mapas.

Mucha arquitectura del oriente y occidente ha encontrado aquí su lugar. Más de 1.500 años de historia podrían explicarlo. Sus grandes avenidas, parques, paseos y zonas verdes recuerdan al Wienerwald vienés, y los puertos ribereños del Dniéper, a los marítimos de Vancouver. Ciertas urbanizaciones alejadas del centro, se asemejan a las urbanizaciones del este de Caracas y, las zonas más acomodadas, a los condominios de Singapur. Pero lo que hace especial a Kiev son sus iglesias y monasterios ortodoxos surgiendo de imprevisto en la maraña urbana.

La entrada de la Estación Central de Trenes de Kiev, las estaciones del Metro y algunas edificaciones gubernamentales, son de claro realismo socialista arquitectónico. Sus interiores pretenden un Jugendstil mezclado con neohelenismo comunista y Art Noveau moscovita. Podría decirse que el sistema soviético permanece activo en la memoria colectiva de la gente de este país a través de su arquitectura. Y, acaso debido a esa consustanciación en la escala urbana, puede que aún tarde tiempo en desaparecer.

El Maidán, símbolo de la revuelta, es otra historia. Lo han  reparado y remozado, pero mantiene ese halo de que lo aquí sucedido no se ha resuelto: cientos de fotos de las víctimas, velas encendidas y flores secas. Hay quienes piden dinero a los turistas para homenajear a los caídos, y hay los que luego de tomar una foto a la plaza del Maidán exigen “una colaboración” de modo agresivo para enviarla –dicen– a los soldados en el frente. De toda la ciudad de Kiev es en este trocito de país donde se reproduce el estado de guerra que hay en la frontera este, a más de 500 kilómetros.

 

4.

Viajar desde la Europa occidental hasta la capital de Ucrania por vía terrestre hoy día tiene sus inconvenientes y desafíos. El tren realiza un largo trayecto desde Austria pasando por Eslovaquia, Hungría y Polonia para arribar 36 horas más tarde a la ciudad de Kiev procedente de Cracovia. El bus, lo más directo y barato, emplea 20 horas desde Budapest. Atraviesa por carretera toda la geografía oriental de Hungría y el extenso territorio de la Ucrania occidental.

En tiempos de guerra en el este con sus damnificados desplazándose hacia el oeste de Europa y de refugiados de guerra que vienen por miles desde Siria, Afganistán o Irak, las fronteras en esta zona del mundo se han convertido en un calvario internacional. El bus puede estar horas encallado hasta que el funcionario militar entrega los pasaportes y ordena levantar la verja, sea para entrar o salir de los linderos que delimitan la Unión Europea.

 

Es en Budapest donde Jelenka se sube en el bus. Toma el asiento de enfrente. Saluda. Y no tarda en establecer con vecinos de asiento conversación.

Vive y trabaja en Budapest. Dos veces por mes va a encontrarse con su marido e hijo pequeño en Kiev. Jelenka es ucraniana…o, mejor dicho, no está segura si todavía lo es: Jelenka nació en Crimea hace 32 años, hija de padres rusos. Hoy en esta península, donde hace poco estaba la bandera bicolor ucraniana (y, antes, la unicolor soviética), ondea la rusa tricolor.

Vladimir Putin tomó por asalto Crimea y la declaró parte integrante de la Federación Rusa, antes de que un destructor de guerra norteamericano que andaba “por casualidad en la zona” entrara al puerto de esta península “invitado” por el nuevo gobierno ucraniano. Es una de las versiones de las tantas que pululan por este país.

Como en todo conflicto internacional en este no existe un claro culpable ni una visión precisa de los acontecimientos. La otredad lo invade todo. El culpable siempre es el otro. En estas zonas ex-soviéticas donde imperan los grises multilingües y los colores culturales diversos, pensar en términos de blanco y negro, de buenos y malos, ha mostrado ser un dilema peligroso. Hay mucho entretelón, mucha letra pequeña que nadie se ha molestado en leer, y que procede –en buena parte– de la forma secreta, improvisada e intempestiva con la cual Bielorrusia, Ucrania y Rusia, acordaron la disolución de la URSS. Leer el tratado es darse cuenta de dónde –y por qué– vienen los tiros.

 

5.

Al salir de la estación de trenes y en dirección a la Peremohy Square hay algunas tiendas de pertrechos militares. Sus productos son de mejor calidad y en mayores stocks de lo que tendría cualquier cuartel militar. También más costosos. Pero con la economía en ruinas alguien debe pagar de todos modos los chirimbolos con los que se cocina una guerra. La mayoría de los consumidores de estas tiendas son los padres de los reclutas ucranianos. Una parte de sus ahorros se va en vituallas militares de mejor calidad para sus chicos. Chalecos antibalas, abrigos o ponchos de camuflaje para el frio o la lluvia, lentes de visión nocturna, armas automáticas y demás periquitos para hacer de sus hijos un blanco menos expuesto. Los rebeldes separatistas (o terroristas, según la nomenclatura de guerra del gobierno) están bien provistos con  lo último en armamento enviado desde Moscú.

En la entrada de estas tiendas un aviso advierte en ruso, inglés y ucraniano: “Prohibido tomar fotos”. Y nada de preguntas si no se ha venido a comprar.

 

6.

Jelenka continúa, tiene necesidad de contar su versión de las cosas. Estudió y se graduó en la Universidad de Kiev, la Ingeniería Química es su especialidad. Debido a la situación económica y a la guerra que la ha empeorado, se ha mudado a Hungría en busca de trabajo. Dispuesta a emplearse en lo que fuera, consiguió oficio como expendedora de una pastelería en Pest al frente de Buda, en la orilla izquierda del Danubio. Su marido es también ucraniano. O mejor dicho, una mezcla de madre rusa y padre bielorruso que se conocieron cuando eran estudiantes en la ciudad de Kiev en épocas del imperio soviético. Los agarró el cambio telúrico de paradigma geopolítico, y allí se quedaron.

Jelenka, junto a su marido, asistió entusiasmada a las primeras protestas en el Maidán (o Plaza de la Independencia). Pero cuando “los nacionalistas armados, los neonazis y las tropas de asalto del gobierno [de Víctor Yanukovich, pro ruso según Occidente] iniciaron los enfrentamientos”, se quedaron en casa. Jelenka y su marido estaban ciento por ciento de acuerdo con unirse a la Unión Europea. Ahora no están muy seguros. Según ella, el asunto fue planteado desde el principio de una forma infantilmente sentimental: o ella o yo. Es decir, o la Unión Europea o Rusia. Unos le obligaban a renegar de su propia familia, y los otros a renunciar a mejorar la vida de los suyos en la Unión Europea.

La vida de Jelenka es ahora increíblemente más difícil que antes de la guerra. Hacer un viaje de 20 horas dos veces al mes para ver a su marido e hijo, es demasiado. Nunca lo va a perdonar, dice.

 

7.

El dilema de Jelenka no es de ella en exclusiva; mucha gente de este país está en similar situación. Que un desacuerdo esencial haya derivado luego en conflicto armado, muestra las pésimas habilidades políticas de los negociadores a cargo.

La confusión e incertidumbre que se vive genera teorías a la carta. Una teoría señala que el lío es de carácter geopolítico, y lo local es solo una puesta en escena. Que las potencias hayan apuntado el foco de sus preocupaciones globales lejos de Kiev, les funciona como prueba: las mismas armas, los mismos actores y el mismo léxico de guerra; solo la locación ha dado un vuelco dramático: Siria.

De las teorías, la contraria es la más simplista: una parte de Ucrania no estaba de acuerdo con el modelo de país mirando al este que ofrecía el derrocado Yanukovich. Pero hoy en día la otra parte tampoco está feliz con un modelo de país mirando al oeste que le ofrece el actual presidente, Poroshenko; basta observar la corrupción y la economía para darse cuenta por qué.

La teoría más imprecisa de todas es, sin embargo, la más realista y eficiente: fuertes tensiones políticas locales de corte nacionalista, intereses geopolíticos este-oeste e intereses financieros occidentales, sobre todos de bancos alemanes y austriacos que han invertido enormes sumas de dinero en este país en quiebra. Todos aportando lo suyo en armamento, dinero, espionaje y expertos militares para que estas gentes se maten.

En el teatro de operaciones de Donetsk y Lugansk al este de Ucrania, entretanto, los figurantes involucrados sobreactúan empujando el enfrentamiento hacia un escenario de clímax y final impredecibles.

 

8.

Los padres del artista norteamericano Andy Warhol pertenecían a la etnia de los rusinos. Una etnia enclavada entre Eslovaquia, Hungría y Ucrania. De allí emigraron los padres de Warhol hacia los Estados Unidos.

Los rusinos han sido reconocidos en su cultura y lengua por Hungría, Rusia y Eslovaquia. No por Ucrania. Para las autoridades de Kiev uno de los emblemas de esa cultura, el rusino, es una lengua muerta; una leyenda más de las tantas que se han generado en los Cárpatos, donde viven desde hace siglos.

Pero no es verdad. Esa lengua existe. Y aun cuando es negada por el gobierno ucraniano y no se enseña en las escuelas, la gente en la calle o en casa habla rusino. El mismo Andy Warhol aprendió el rusino de sus padres. Incluso obras de los filósofos griegos y de la literatura universal han sido traducidas a esa lengua: pote bayñe pote: estorsos estalo, o es decir: To be, or not to be, that is the question del Hamlet, entre tantos ejemplos.

Estando en la geografía que están, de antiguas rutas comerciales, esta etnia apenas conocida en Occidente es, probablemente, uno de los pueblos más multilingües de Europa. Hablan al menos cinco idiomas: ruso, húngaro, eslovaco, ucraniano, el inglés que aprenden en el colegio y, naturalmente, rusino.

Los rusinos son un ejemplo clásico de la problemática entre nacionalismo gobernante y minoría étnica post Muro de Berlín. En estas regiones del este europeo viven desde hace siglos muchas culturas eslavas con lenguas de raíces únicas y costumbres particulares; naciones antes soviéticas que se quedaron sin país. Ante semejante diversidad étnica, lingüística y cultural, es de esperar que los estados se comporten con sus minorías con respetuosa cautela, y no a través de la negación o la fuerza.

Las políticas nacionalistas instrumentadas por los estados resultantes del desmiembre de la URSS están originado graves pugnas étnicas y políticas de las que factores externos luego sacan provecho. Así, la lista de espera de conflictos por venir se pronostica larga.

En esta zona del mundo la caída de la Unión Soviética parece no haber tocado fondo.

Fuente: el-nacional.com